Primera entrega: Toros y poder político
Decidí escribir estas notas impulsado por el contexto
anti-taurino exacerbado por las recientes declaraciones del alcalde de Bogotá,
señor Gustavo Petro. Ellas han motivado,
al menos indirectamente, manifestaciones contra las corridas de toros,
propuestas legislativas para cancelar definitivamente la temporada taurina en
Bogotá, convocatorias para marchar en defensa de los animales, debates sobre el
tema en los medios de comunicación y multitud de “posts” en las redes sociales,
la mayoría en contra de la fiesta de los toros, casi todos pedantes, agresivos y, en ocasiones, violentos.
Estos apuntes sólo son una explicación de mi afición por
las corridas de toros. De allí el que los escriba en primera persona. Decidí
publicarlos pensando más que todo en que mis amigos, la mayoría anti-taurinos, pudieran
por lo menos moderar su lenguaje cuando se refieran a quienes, como yo, sentimos
que una parte importante de nuestra vida está relacionada con este asunto. No
pretende esta explicación ser un tratado de tauromaquia, ni una disertación
filosófica, sociológica o antropológica, aunque en más de una ocasión deberé acudir
a esas y a otras disciplinas para lograr mi propósito. Tampoco es una defensa
de las corridas de toros per se; es,
simplemente, el ejercicio de mi libertad de expresión en torno de un tema
polémico que para mí resulta de vital
importancia. No exagero.
Aquí viene un punto fundamental, que ojalá se vea
reflejado en estos párrafos: como muchas veces se ha afirmado, el tema de los
toros es uno complejo; por lo tanto, es difícil de abordar y más aún de zanjar
lapidariamente. Este es un aspecto que el anti-taurinismo tiende a pasar por
alto, en su afán por reducir una temática socio-histórico-cultural a un simple
acto de salvajismo.
Pero basta de justificaciones y vayamos a la presentación
de mis reflexiones sobre la coyuntura actual del problema en Colombia, y
particularmente en Bogotá.
El primer punto que me llama la atención es que el tema
de las corridas de toros es importante para nuestra sociedad. Una sola
declaración del alcalde capitalino el viernes 13 de enero pasado, veinticuatro
horas antes de dar inicio a la temporada taurina 2012, reavivó este debate en
la mente de la ciudadanía.
Así pues, el tema de la existencia de las corridas de toros
es socialmente relevante. Esto es lo primero que debió pensar el representante
anti-taurino, para más señas gobernante desde el primero de enero pasado de la ciudad más importante de Colombia: el discurso animalista o, mejor aún, el
discurso humanista proyectado hacia otras especies animales tiene aceptación
social mayoritaria. Desde esta perspectiva no es gratuito que, en tan solo
veinte días de gobierno, el alcalde Petro haya puesto a sonar el tema de los
toros junto con el de la adopción de perros callejeros (se llevó uno para el
palacio Liévano recientemente, asegurándose, por supuesto, de que saliera en la
prensa) y, paradójicamente, el de la postergación cuando menos por un año más
de la prohibición del uso de carretas de tracción animal por las calles de la
ciudad, popularmente conocidas como zorras.
No se necesita ser doctorado en ciencias políticas para
saber que un gobernante (sobre todo si está iniciando su gestión en medio de
una ciudad sumida en el caos generado por la corrupción rampante de la anterior
administración —que es la causa directa de la absoluta desconfianza ciudadana hacia
la dirigencia pública—) motiva la discusión de ciertos temas con el fin de
ganar popularidad. El tema del humanismo animalista en general, y el de las
corridas de toros en particular, cae como anillo al dedo para este propósito.
Digo que el tema de las corridas de toros es
particularmente importante para esta acción comunicativa estratégica (en
términos de Habermas), pues —como lo mencioné— la sociedad atiende mayoritariamente
a esta temática, sobre todo con base en prejuicios. En la inmensa mayoría de
los casos, salvo honrosas excepciones, el anti-taurinismo fundamenta su
discurso en “lo que todo el mundo sabe”: que las corridas de toros son exclusivamente una actividad elitista; que
los espectadores asisten sólo para divertirse
con la agonía sangrienta y la muerte de un animal; que los protagonistas de la
actividad son sádicos que gozan con
el sufrimiento ajeno (en este caso, animal); que los toros son víctimas inocentes de la sevicia
humana; etc. Para sustentar lo anterior, basta ver algunos “posts”
anti-taurinos tomados al azar de mi
perfil en Facebook. Pido disculpas por la ortografía de quienes esto escriben.
La acción comunicativa estratégica del representante
anti-taurino, en su condición de gobernante, se realiza porque se parte del
presupuesto de que disparará en los actores sociales una aceptación unánime en
torno de conceptos como el respeto a la vida, la dignidad de los seres vivos,
la equidad en las condiciones de vida, la libertad para vivir a plenitud, entre
otros.
Dado que hablar de estos conceptos aplicados a los seres
humanos es tan arriesgado para un gobernante —sobre todo para uno como el
actual en Bogotá, bajo las condiciones mencionadas—, es mucho mejor hacer un
ejercicio: que el respeto a la vida, que la dignidad de los seres vivos y la
equidad en sus condiciones de vida, que la libertad para vivir plenamente se
proyecten a los animales no humanos, los que están indefensos, los que no
tienen voz, etc. Al acatar este discurso, la ciudadanía consigue una victoria
simbólica, pero al fin y al cabo victoria: la de que otros animales tengan lo
que ellos no podrán tener para sí.
De las imágenes anteriores se desprende que mis amigos en
Facebook me han llamado directamente hijo
de puta, demente, troglodita, cavernícola, e indirectamente asesino (Imagen 4) y
escoria social (por aquello de que “Todos
somos antitaurinos” – el resaltado es mío, Imagen 1).
En este contexto, es imperioso para mí, no defenderme, pero sí explicarme, explicarles; en otras palabras, intentar una comunicación verdaderamente discursiva, no sólo estratégica. Ojalá lo logre, por lo menos con uno de mis detractores.
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