Advertí antes que el tema de los toros es complejo, pese
a que los anti-taurinos lo vean como una carnicería propia de matarifes. Si
fuera esto, estaríamos discutiendo si los matarifes merecen ser parte de
la sociedad. Y eso no se le ocurre ni siquiera al más radical de los
vegetarianos.
También afirmé que estas explicaciones no son
estratégicas. No predican mi “fe taurina”, si es que ello existe, para
“convertir” a los anti-taurinos o a los indiferentes. No. Más bien, son una
acción discursiva para que unos comprendan que hay otros que aman lo que ellos
aborrecen. Para hacerlo, me valdré de mi experiencia docente y didáctica. Así,
este y los siguientes artículos están pensados para una mayoría que no conoce
de toros y sin embargo los juzga; es
decir, pre-juzga al respecto.
Las dos entradas anteriores pueden sintetizarse así:
- El discurso anti-taurino es estratégico, pues aprovecha la mayoritaria aceptación de un humanismo animalista que desea conseguir para otras especies animales lo que muy difícilmente logrará conquistar para la suya.
- La agresión anti-taurina se ceba en el cascarón de la fiesta de los toros y, al hacerlo, ignora vinculaciones muy profundas que laten en el pecho de quienes consideramos los toros una parte integral de nuestra personalidad.
Los toros, denominación genérica de las corridas de toros
bravos, requieren de tres elementos, que llamo las tres Tes del toreo: toro,
torero y tendidos (o sea, el público). Si alguno de ellos falta, no hay
corrida. Esta cuestión sirve para resaltar algo fundamental: para que haya una
corrida de toros, es indispensable, sobre todo,… ¡el toro, el toro bravo, el
toro de lidia!
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Hombres de curioso y anacrónico vestuario (Tomado de: las-ventas.com) |
Para ilustrar esto, propongo trabajar por reducción al
absurdo. Digamos que unos hombres, vestidos curiosa y anacrónicamente, se presentan
en un escenario casi siempre circular y cubierto de arena, mientras otras
personas los observan desde los tendidos. Nada más hay allí. Duración aproximada
del evento: la que toma a todos ellos darse cuenta de que están perdiendo el
tiempo.
Conservemos esos hombres así vestidos, el escenario ya
descrito, las personas que observan desde el tendido, pero agreguemos otro
elemento. Supongamos que es otro hombre, uno común y corriente. Atención: los
hombres vestidos curiosa y anacrónicamente no hacen nada, no agreden o
atacan al recién llegado. Así pues, ¿qué ocurriría? Lo más probable es que,
transcurridos los minutos, este otro hombre —quizás vestido de civil—
abordaría a aquellos vestidos curiosa y anacrónicamente. Pronto los veríamos
conversar sobre el clima, o sobre las razones de su vestuario o acerca del
porqué hay otros hombres observándolos. (Aclaración: cuando digo “hombres” me
refiero genéricamente a humanos de ambos sexos. No hay machismo en mi elección;
rige el principio de la economía lingüística, prioritario en el uso de las
lenguas.)
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Tomado de: tauromagia.com |
Ahora imaginemos que el que aparece es un animal no
humano. Una tortuga, por ejemplo. Tardará unos cuantos días en llegar hasta
donde están los hombres anacrónica y curiosamente vestidos. Cuando eso ocurra,
no habrá nadie en los tendidos. Tendrán otras cosas que hacer, como reclamar el
dinero que pagaron por la entrada, porque se me olvidaba decir que los hombres
de los tendidos han pagado por estar allí sentados.
Consideremos una mariposa, y aceptaremos su inmediato
vuelo. O pensemos en la presencia de un hipopótamo, y lo veremos revolcándose
en la arena, añorando el lodo nutricional del que carece (a menos de que esté
lloviendo en la plaza, cosa que en Bogotá o en Manizales es más o menos común).
Y para ver hipopótamos revolcándose en el lodo está Discovery Channel.
Veamos ahora un felino, sea un gato o un tigre. El gato
buscará cucarachas o ratones para hincarles el diente; o tal vez termine
ronroneando en el regazo de una apuesta joven que ocupa una barrera de sombra. Si
el tigre imaginamos, su ágil curiosidad lo llevará a explorar el entorno, y
entonces huirán despavoridos los hombres de vestimenta curiosa y anacrónica,
pues de nada sirven frente a un tigre un estoque de acero de 88 cm., una vara
de picar con una punta piramidal de 2,9 cm largo por 1,9 cm de ancho o unas
banderillas con un arpón de 4 cm de largo por 1,6 cm de ancho. Si esos hombres
de atuendo anacrónico y curioso son agresivos, buscarán algo más eficaz y más
seguro, como lo puede ser una ballesta o un arco con su flecha envenenada, cuando
no un revólver; y si son defensivos, querrán un tanque de guerra o al menos una
armadura. En cualquier caso, los de los tendidos ya no estarán allí sino a
cientos de metros de distancia, fuera del edificio. Sudando por la carrera,
comentarán: “Bonito el tigre, sí, pero ¿y mi vida?”
Continuando este ejercicio, pongamos ahora en escena
a un bovino macho manso, digamos un cebú. Los hombres de curiosos y anacrónicos
vestidos se sentirán ridículos así ataviados, y con esos trapos y esos fierros.
Cambiarán su atuendo por un sombrero y unos jeans,
y el instrumental por una cuerda o un arnés. De elegir la cuerda, procederán a
exhibir al animal. Los de los tendidos apreciarán las carnes y el porte del
cebú, y terminarán comprando semen para sus fincas de ganado de engorde, ya sea
en pajillas o en monta directa, o simplemente regresarán a casa. Al cenar,
dirán: “Hoy estuve en una exhibición ganadera”. Si quien habla es ganadero,
añadirá que espera lucrarse con el potencial reproductor del animal exhibido;
si no lo es, comentará las condiciones físicas del toro, casi siempre enfocadas
en el tamaño y el peso que a la vista tienen sus apéndices testiculares. Los
del toro, digo.
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Tomado de: dotrodeo.com |
Si del arnés se trata, de pronto a alguno de los hombres en
la arena se le ocurriría ocupar su tiempo montándose encima del bovino y que
tal vez aumentaría la diversión del público si se pintara la cara como los
payasos. A su turno, el bovino de seguro no gustará de tal montaje e intentará
librarse del peso adicional. El público de los tendidos se divertirá con el
zangoloteo o bostezará de tedio, según el gusto personal, hasta cuando caiga el
hombre sobre la arena, pintada o no la cara, pero eso sí magullado y dolorido.
Al llegar a casa, los del tendido dirán: “Hoy estuve en un rodeo”. Y luego emitirán
un juicio de valor: divertido o aburrido.
De los primeros casos hipotéticos cabe preguntarse: ¿A quién
se le ocurre alimentar una tortuga, atrapar una mariposa o adormecer un hipopótamo
para llevarlos a tal escenario? ¿A quién se le pasaría por la mente enjaular un
tigre o engañar un gato para soltarlo en un tapiz circular de arena, frente a
unos hombres vestidos curiosa y anacrónicamente? ¿Y qué están haciendo allí, en estos casos
imaginarios, esos hombres, sobre todo así vestidos? Y para rematar: ¿A qué van
los otros hombres, los del tendido, más aun si han pagado por asistir?
De los casos relacionados con el bovino manso macho, surge
esta conclusión: buena parte de los hombres que están en este escenario
imaginario se rigen por un criterio económico. Los criadores, porque quieren
vender carne o semen; los exhibidores o montadores, porque alguien paga sus
servicios; y los de los tendidos porque comprarán algo que les traerá beneficio
en un futuro. (Quedan quienes asisten porque están aburridos y se les antoja
ver un toro grande y gordo paseando tranquilamente o expulsando energúmeno a un
jinete con cara de payaso. Allá ellos.)
Aquí termino, y no he comenzado a explicar la primera T
del toreo que es, por supuesto, el toro, el toro bravo, el toro de lidia. Pero
me justifico al preguntar: ¿Acaso no comencé estos párrafos diciendo que el
tema de los toros es complejo, sobre todo a la hora de explicárselo a quienes
pretenden abolirlo?
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