Nota inicial: Para ilustrar lo expuesto, así como lo presentado en las anteriores entregas de estas explicaciones, invito a
los lectores a ver el video de la corrida en Sevilla del pasado 20 de abril, que registra la corrida completa. El lector, evidentemente, puede ver
lo que desee.
Cuando algún conocido no
aficionado me dice: “Y eso de los toros, ¿qué es?”, yo lo invito a la plaza. De aceptar la invitación, casi
siempre se le encrespan las pestañas con el paseíllo. El gentío en los tendidos;
aquel retumbar de cobres y tambores de la banda; los alguacilillos, con sus
atuendos detenidos en el tiempo; la salida de los toreros, su elegancia y ensimismamiento;
las cuadrillas pensativas; los picadores
mastodónticos; los areneros humildes; las mulillas.
Ahora, el invitado atónito
presencia al toro en la plaza, y mucho más si su localidad es cercana al ruedo.
Oye los resoplidos imponentes del animal; sus remates férreos contra los burladeros;
su galope majestuoso sobre la arena.
Acto seguido, se levanta de su
asiento con los lances de capa, al ver cómo esa media tonelada corpulenta y
empitonada se adormece al arrullo del capote que mueven las muñecas lentas y
bajas del torero.
Luego, su emoción será paradójica:
con plasticidad, el toro es llevado al caballo y, al acometer aquel, recibe la
puya que lo sangra. Si el invitado es impresionable, la sangre del toro lo
molesta y, en ocasiones, lo perturba; si no lo es, digiere con estoicismo el
impacto insospechado.
Se retiran caballos y picadores. Entonces, casi unánimemente, el
invitado se emociona hasta el vello erizado con el tercio de banderillas, el
segundo de la lidia.
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"Les Banderilles", Pablo Picasso |
Creería que es porque el hombre
va a cuerpo limpio y está solo en el ruedo, una vez el toro ha quedado cuadrado
para la suerte. Sólo lo defienden dos palos decorados con
papelillo, que tienen un arponcillo de 4 cm de largo por 1,6 cm de ancho cada
uno (véase ley 916 de 2004, “Reglamento Nacional Taurino”, artículo 50).
Mueve el hombre, a veces, todo su
cuerpo; a veces, sólo los brazos; en ocasiones, la pierna de salida, por la que
habrá de citar al animal. Y se arranca el toro al galope,
decidido a embestir aquello que lo llama. Esa pluma al viento. El toro va
dispuesto a partirla en dos. Pero la pluma baila, como las plumas al viento, y
de repente ya no está donde el toro creía que estaba. Se ha movido en una
fracción de segundo.
Levanta los brazos la pluma; los
pies van al aire. Se “asoma al balcón” de los cuernos del toro que quiere
partirlo en dos, y sin embargo es él quien clava las banderillas en el morrillo
del toro, para salir por piernas hacia su resguardo, si es que el toro
persigue.
La escena –atlética, artística, majestuosa-
se repite tres veces. Cuando es el matador quien banderilla, hay música y más
expectación. Cuando no, se lucen los toreros subalternos en medio de aplausos y
saludos; si no lo hacen, hay silencio y, en ocasiones, abucheos.
Las banderillas, otra arma
defensiva en el toreo, se utilizan para reanimar al toro en dos sentidos: el
primero, para que retome la alerta que pareciera haber perdido en el tercio de
varas y el segundo, en mi opinión, para darle una oportunidad clara de “encontrar
bulto”, es decir, cornear. A veces ocurre la tragedia de la cornada, como la
recientemente ocurrida al torero Juan José Padilla (ver video).
Sin embargo, sobre todo se ponen
banderillas para que el matador pueda percatarse de las condiciones de
embestida del animal luego de la suerte de varas.
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Ilustración de la suerte de cuartear (Tomado de: J.M. de Cossío, Los toros, t. I, p. 954) |
La suerte de banderillas tiene
varias formas de ejecutarse, y han sido muchas más en el pasado. La técnica más
común hoy es la del cuarteo, dándole al toro sus terrenos, es decir los de
tablas, y citando el torero en los medios (ver figura, que puede ampliarse).
Los peones de brega ubican al
toro paralelo a las tablas. El banderillero llama la atención del toro y cuando
este se fija en aquel, el hombre lo cita e inicia una carrera plástica que
dibuja un semicírculo en el ruedo. El toro galopa para enganchar el bulto y, al
momento del encuentro, el torero levanta los palos, yergue la figura y clava
las banderillas en un momento de danza electrizante.
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Ilustración de la suerte de quebrar (Tomado de: J.M. de Cossío, Los toros, t. I, p. 950) |
Otra manera de ejecutar la suerte
de banderillas es al quiebro (ver figura, que puede ampliarse). Esta suerte se realiza con toros
boyantes o, dicho en términos sencillos, con ganas de embestir. El banderillero
cita al toro de frente, desde el lugar opuesto al que ocupa el animal en el
ruedo. El toro galopa hacia él con ganas, invade sus terrenos y, al momento en
que cree que logrará su cometido de cornearlo, el torero quiebra su figura (por
lo general con un movimiento de pie y de cadera). El toro acude allí, pero ya
el cuerpo humano ha regresado a su sitio original, y entonces se clavan los
palos.
Como todo en el toreo, las
suertes dependen de la condición del toro. Es decir, esta no es una actividad
en donde el ser humano hace lo que se le viene en gana con un animal. Es el
toro el que indica lo que debe hacerse con él.
Por eso, también es común ver en
el tercio de banderillas los pares llamados al sesgo. Esta técnica se utiliza
con toros parados y aquerenciados en tablas, o sea los animales que se van
contra las tablas y no se mueven de allí. El torero, entonces, se arranca hacia
el toro y hace todo el ejercicio, pues el animal está literalmente parado.
Llega el hombre a la cara del animal, se expone y luego clava los palos, cuando
el toro baja la cabeza.
Luego de los tres pares de
banderillas, vuelven a sonar clarines y timbales. Viene el tercer tercio. El
tercio de muleta y de muerte del toro, en la mayoría de los casos. Este será el
tema de nuestra próxima entrada.
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