Continúo esta serie de ‘Explicaciones de un aficionado a los toros’ desde el punto de vista técnico, pese a la necesidad de hablar de la muerte del toro bajo una lente ceremonial, que es lo que está en discusión hoy en nuestro medio a raíz, sobre todo, de la reciente decisión del alcalde de Bogotá, señor Gustavo Petro. Ya habrá tiempo de ocuparnos de este asunto.
La muleta (es decir, la tela roja que el torero usa casi siempre con una sola mano) se utilizó hasta la segunda mitad del siglo XVIII como un instrumento puramente secundario en la faena. Tan solo servía para trastear al toro unas cuantas veces para atraerlo finalmente hacia la espada. Y no era exclusivamente de color rojo. Originalmente fue de color blanco y también hubo muletas azules y amarillas, además de rojas, que los toreros intercambiaban cuando el toro no embestía o lo hacía mal (J. M. de Cossío, Los toros, t. 1, Madrid, Espasa-Calpe, 1960, p. 877).
Considérese esta cita del capítulo “Toros célebres” (J. M. de Cossío, Los toros, t. 1, p. 325). Allí, Cossío dice que el toro “Africano”, corrido en Barcelona en julio de 1868, “con bravura tomó 16 varas, matando a 7 caballos”. Más adelante (p. 349), cuenta que el toro “Contador”, lidiado en el Puerto de Santa María en 1860, fue “39 veces a los picadores […], sin matarles ningún caballo, dicho sea en elogio de aquellos excelentes piqueros”.
El otro protagonista humano era el matador, y los tendidos valoraban casi exclusivamente su destreza para matar a los toros. El mismo Cossío cita (t. 3, p. 830) la reseña de una corrida celebrada en Madrid en julio de 1795 en la que actuó una de las figuras del momento, Pedro Romero: “El primer toro […], entró a once varas y diez banderillas; a la tercera vara hirió al caballo de Rueda; a la cuarta tocó el de Cañete; a la sexta hirió al de dicho Cañete; a la décima mató el caballo del mencionado Cañete; le mató Pedro Romero de una buena estocada, a quedarse con él”.
Lo interesante de esta última cita, además de corroborar el papel de los picadores, es que el cronista omite la faena de muleta y se concentra en la estocada. Y la omite porque no era relevante en el contexto de la corrida. Esto se reafirma en un grabado sobre las suertes taurinas de fines del siglo XVIII que incluye Néstor Luján en su libro Historia del toreo (Barcelona, Destino, 1967, p. 57), en el que no aparece la faena de muleta.
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"Suertes de una función de toros", grabado de 1795 Tomado de Historia del toreo, p. 57 |
En su citada obra, Luján corrobora lo afirmado cuando dice que antes de Costillares el uso de la muleta “iba encaminado a evitar la cornada en el instante de entrar a herir […]. Costillares la convierte en un arma de trasteo y pone la primera base para lo que será el toreo de muleta. […] Costillares fue uno de los creadores de una lidia para cada toro; según convenía a las condiciones del animal, se adornaba hasta la exageración, o bien era frío, parado, excesivamente frío en la brega” (p. 53).
En el toreo moderno y contemporáneo la muleta sirve además para observar la bravura del toro, pues ella se define como la “capacidad de lucha del toro hasta el momento de su muerte; son las ansias de embestir a lo largo de toda la lidia” (J. P. Domecq S., Del toreo a la bravura, Madrid, Alianza, 2009, p. 155. El resaltado es mío). De allí que, hoy por hoy, la faena con la muleta ocupe la atención principal de los tendidos, pues el ejercicio conjunto del matador y del toro es el objeto de evaluación, y de esa evaluación se desprenderán los reconocimientos correspondientes.
Es importante insistir en algo que ya fue mencionado: el torero actúa según las condiciones del toro, no como le dé la reverenda gana. No se trata de un ejercicio arbitrario ni mucho menos mecánico, como suelen afirmarlo los antitaurinos y como suelen creerlo los indiferentes.
En otras palabras, el toro marca la pauta para la actuación del torero en el ruedo. El toro es el protagonista principal de esta ceremonia trágica. Si ha dado muestras de mansedumbre o se comporta con dificultad, el torero optará por lidiarlo, es decir, por mandarlo y dominarlo. En cambio, si es noble y bravo, si repite su embestida al galope, con rectitud y con fiereza, el matador optará por el temple, base del toreo en general y del toreo con la muleta en particular.
Esta tríada —parar, templar y mandar– es la esencia de la tauromaquia. Ella, precisamente, ocupará nuestra atención en la próxima entrega.
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