Creo
que sólo sé hacer dos cosas en la vida:
leer y escribir. Eso es lo que hago en este espacio.
Así
que los apuntes que vienen no tienen nada que ver sobre mis conocimientos
acerca de la ética, de la moral, de la bioética o de la filosofía. Simplemente,
son mis anotaciones en relación con un ejercicio de lectura de mi interés, y la
necesidad de expresarme por escrito al
respecto.
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Portada del libro |
Terminé la primera relectura de Tauroética, de Fernando Savater (Bogotá, Ariel-Planeta, 2013).
El
libro se divide en dos partes: una primera, es una reflexión en torno de las
implicaciones éticas que se supone nos caben a los seres humanos frente a los
animales; y otra segunda, más enfocada al asunto de los toros, en el contexto
de la polémica prohibición de las corridas de toros en Cataluña (28 de julio de
2010), que se abordará en la siguiente entrada.
En
mi ya algo lejana juventud, un lema de algunos de mis profesores era: “Es más
fácil conseguir un buen torero alemán, que un buen filósofo español”. Toreros
alemanes no conozco, pero sé que Savater se reconoce como filósofo.
No creo, sinceramente, que Tauroética sea una obra filosófica. Se trata, más bien, de un libro
de divulgación sobre un tema polémico para algunos, entre los cuales me cuento,
que involucra reflexiones filosóficas en el campo de la ética y la moral.
Savater afirma que su “obrita”, como él mismo la
califica, gira en torno de esta pregunta: ¿Son los animales tan humanos como
los humanos animales? Para responderla, comenta brevemente la obra de Peter
Singer (particularmente el título de una de ellas: Todos los animales son iguales) y menciona los aportes de Jeremy
Bentham al respecto.
Para Savater, el problema no está en si los animales
pueden sufrir o sentir dolor, porque es evidente que así es. El asunto radica
en si esto implica forzosamente que deben considerarse fines en sí mismos, esto
es, si debemos asumir obligaciones éticas con ellos. En otras palabras, arguye
Savater, al afirmarse que todos los animales son iguales se está implicando que
ninguno tiene el derecho de imponer sus intereses sobre otros animales.
Lo anterior conduce al autor español a revisar el tema de
los intereses. En este sentido, según Savater, nadie equipara instintos con intereses. Los intereses son propios de la humanidad, contario a la
actuación instintiva, propia de los animales. Por eso los seres humanos tienen
una responsabilidad moral con sus congéneres, mientras los animales no.
Ante la posición radical de preservar cualquier vida,
Savater es irónico, pues “toda forma de vida, empezando desde luego por la vida
humana, se conserva y se nutre a partir de otras vidas”. (p. 31). Y más aún:
cuando nos arrogamos el deber de preservar cualquier tipo de vida, deber que
nadie tiene en el universo, estamos siendo lo que el escritor vasco llama “especieistas”, es decir, nos creemos
arrogantemente en el deber de preservar la vida en su conjunto.
Esta condición “especieista”
está a la base de nuestra cultura: para Savater, salvaguardamos nuestra especie
por encima de las demás.
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