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Nicolás Fernández de Moratín Tomado de wikipedia.org |
Me
encantan los libros viejos, sobre todo de segunda mano; los rayados y
subrayados.
Me gusta
imaginar a sus dueños. Paso horas soñando por qué alguien resaltó algún aparte,
cuál fue la razón para que pusiera un pequeño signo de interrogación al margen
de un párrafo; me ensucio las manos con hongos que viven en esos papeles
encuadernados leídos por vaya usted a saber quién y hace cuántos años.
Hace
meses compré, en una librería de usados, Poesías
sueltas y obras en prosa de Leandro Fernández de Moratín que, como lo
indica la portadilla, vienen seguidas de las Obras poéticas y dramáticas de Don Nicolás Fernández de Moratín. La
edición es de Garnier Hermanos, de París. No tiene fecha de edición, pero por
mis pesquisas diría que es de principios del siglo pasado.
Me
interesaba el libro porque sabía que el poeta y dramaturgo Nicolás Fernández de
Moratín (Madrid, 1737-1780) había escrito una carta al príncipe Pignatelli, que
pareciera ser don Ramón Pignatelli (Zaragoza, 1734-1793), en la que informa
sobre la fiesta de los toros en España.
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Portadilla del libro |
Esta
“Carta histórica sobre el origen y los progresos de las fiestas de toros en
España” (ps. 594-606), fechada el 25 de julio de 1776, hoy hace 237 años, es un
texto breve y de fácil lectura en el que Fernández de Moratín cumple con lo
prometido al príncipe: cuenta lo que para él es el origen y el desarrollo de
las fiestas de toros en el territorio español.
El
documento es de veras histórico, por tres razones. La primera, porque es de
1776; la segunda, porque presenta su visión sobre el origen de esta fiesta en
España; y la tercera porque, en esas escasas doce páginas, el autor retrata,
tal vez sin proponérselo, el tránsito del toreo a caballo al toreo de a pie.
Fernández
de Moratín explica con naturalidad el origen de los toros en España. Había
animales con disposición y hombres prestos a enfrentárseles, bien para evadir
el peligro que representaban, bien para exaltar su propio valor, o bien para
disfrutar de la carne del animal: “[…] es muy natural que desde tiempos antiquísimos
se haya ejercitado esta destreza, ya para evadir el peligro, ya para ostentar
el valor, ó ya para buscar el sustento con la sabrosa carne de tan grandes
reses […]” (p.596).
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Pedro Romero Tomado de es.wikipedia.org |
Pero lo
que me parece interesante es que el autor sintetiza el tránsito entre el toreo
caballeresco y el de a pie. Nos informa que para el año 25 del siglo XVIII “se
acabó la raza de los caballeros”, porque “Felipe V no gustó de estas funciones,
lo fué olvidando la nobleza; pero no faltando la afición de los españoles,
sucedió la plebe á ejercitar su valor, matando los toros á pié, cuerpo á cuerpo
con la espada, lo cual no es menor atrevimiento, y sin disputa (por lo ménos su
perfección) es hazaña de este siglo” (p. 603 – las citas son textuales, con la
ortografía de la época).
Entonces,
Fernández de Moratín dibuja el nacimiento del toreo moderno: “Por este tiempo
empezó á sobresalir á pié Francisco Romero, el de Ronda, que fue de los
primeros que perfeccionaron este arte usando de la muletilla, esperando al toro
cara á cara y á pié firme, y matándole cuerpo á cuerpo; y era una cierta
ceremonia que el que esto hacía llevaba calzon y coleto de ante […]. Hoy […]
los diestros […] visten de tafetán, fundando la defensa, no en la resistencia,
sino en la destreza y agilidad” (p. 604).
Hacia el
final de la carta, el autor menciona a Pedro Romero que, a su juicio “ha puesto
en tal perfeccion esta arte, que la imaginacion no percibe que sea ya capaz de
adelantamiento” (p. 605). Pocas líneas
después, Fernández de Moratín augura el
toreo moderno: “Pero hoy ha llegado á tanto la delicadeza, que parece que se va
á hacer una sangría á una dama, y no á matar de una estocada una fiera tan
espantosa” (p. 605).
Y luego
deja constancia del surgimiento de los picadores en la fiesta de los toros:
“Para suplir la falta de los caballeros entraron los toreros de á caballo, que
son una especie de vaqueros que con destreza y mucha fuerza pican á los toros
con varas de detener […]” (p. 605).
Lo dije
al principio: me encantan los libros viejos.
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