La del domingo fue una
tarde de cielo azul con algunas nubes blanquitas y un sol picante, como pocas
tardes de toros en Bogotá. Luego vino el reencuentro con la plaza: su
estructura imponente, su explanada de sombra y el ambiente de expectación.
Después, reconocerla por dentro, pues la reestructuración estructural a la que
fue sometida implicó la reacomodación de las localidades. Y esa arena de un
amarillo intenso que brillaba con el sol.
Alfredo Molano entrega la llave de toriles (Fotos: Diana R. Reina G.) |
Con unos minutos de
retraso, el clarín anunció el inicio de la ceremonia. A las 3:42 (saltémonos
los himnos) retumbó el añorado pasodoble “El gato montés”, a cargo de esa banda
pulcra y de timbres precisos que se ubica en el balcón de entre sol y sombra. Acto
seguido, el paseíllo garboso y, al poco tiempo, la entrega simbólica de la
“llave” de toriles al alguacilillo mayor a cargo de ese ejemplo intelectual que
se llama Alfredo Molano Bravo. Algunos dirán que uno de sus mayores defectos es
ser aficionado a los toros. Para rematar, la plaza puesta de pie, aplaudiendo
con fervor a la terna de matadores que saludaban desmonterados en el tercio. No
pude contener las lágrimas.
Saludo montera en mano |
La corrida de Ernesto
Gutiérrez estuvo en lo suyo, o un poco menos. El ganadero hizo lo posible por
traer toros mejor presentados, con un poco más de cara y peso. Fueron noblotes,
como siempre, y tuvieron poca emoción, como casi siempre. La mayoría tuvo su punta
de mansedumbre.
Ceremonia de confirmación de alternativa de Andrés Roca Rey |
Confirmó la alternativa el
peruano Andrés Roca Rey ante un toro con poca fuerza, negro cornivuelto de 471K
(inexplicablemente, no se anunciaron los nombres de los toros). El público
bogotano parecía no conocer las maneras de Roca Rey y quedó con una muy buena
impresión de su toreo plástico y electrizante a un tiempo. Estuvo variado con
el capote por verónicas, chicuelinas y revoleras al recibo y, en el quite, se
fue por saltilleras, rogerinas y gaoneras. Y con la muleta estuvo inteligente
ante un toro que se revolvía de incertidumbre. Por su conocimiento de los
terrenos del toro, y por ese abandono del cuerpo para torear con el alma, le
pedimos que diera la vuelta al ruedo.
Derechazo de Roca Rey |
En el último de la tarde
(negro cornicorto de 512K) Roca Rey estuvo bien, pero no tan bien como en otras
ocasiones. Sin embargo, el público bogotano se ubicó en la frontera del asombro
con ese toreo suyo que tiene mucha verdad, mucha personalidad, mucha elegancia
y -como lo hemos dicho varias veces- muchísimo valor. Tras brindar a los
novilleros que estuvieron en huelga de hambre frente a la Santamaría hace un
par de años, aprovechó el recorrido del toro, que era abundante, y supo
esconderle la cuota de mansedumbre que tenía, regalándole las querencias. Pinchó
sin soltar y luego dejó una entera fulminante. Eran las dos orejas, y se las
dieron.
No recordaba el amor que
este público siente por el toreo de Julián López El Juli, que a mí me emociona cada vez menos. Su primero (negro
algo cornivuelto, de 468K, flaco y alto de manos) tuvo poco menos que nada. El
madrileño castigó por bajo y lo despachó. Su segundo (negro cornigacho de 475K)
fue bien recibido en una vara breve que tuvo el sitio justo. Hizo su consabido
quite por lopecinas y luego un par de naturales con el cuerpo erguido, sin
arquear tanto la figura, como ha venido haciéndolo hace años. Dio la vuelta al
ruedo porque algunos se lo pidieron.
Bolívar brinda a Felipe Negret |
Luis Bolívar estuvo
decoroso con su primero, un toro negro, abrochado de cuerna, de 464K, que fue
de menos a más. En el capote pasó desangelado por las verónicas y las chicuelinas
del colombiano. Tras una vara minúscula, le sentaron bien los correctos pares
de Gustavo García y de Garrido, quienes saludaron montera en mano. Bolívar brindó a Felipe
Negret, quien ha liderado el proceso de la Corporación Taurina de Bogotá. Esta
fue una emoción adicional: la plaza otra vez de pie, aplaudiendo con un gracias
de corazón a este personaje que ha luchado por la fiesta brava en nuestra
ciudad. En la muleta, el toro comenzó a meter bien la cara y a pasar con un
recorrido largo, aunque en ocasiones quería irse de las suertes. Bolívar lo
aprovechó en algunos derechazos largos y otros cuantos naturales que tuvieron
sitio, concepción y ejecución. Mató de entera tendida y le dieron una oreja. En
su segundo no pasó nada que valga la pena anotar.
Habíamos vivido una tarde plagada
de emociones por la carga simbólica de la reapertura de la plaza de toros
capitalina y por el toreo auténtico de Andrés Roca Rey en su confirmación. Nos
faltaban las otras, no tan agradables.
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